Suele ser típico que cuando uno está dando alguna charla sobre la vida sacerdotal y religiosa, salga alguien que pregunte: «¿por qué quieres ser sacerdote? «.A mi me vienen a la mente las palabras de un sacerdote cercano que respondió en cierta ocasión: «en el momento en que logras explicar todas las razones de tu vocación esta pierde algo de su significado«. Ahora lo comprendo un poco más. Después de todo, mi «porqué» tiene motivos humanos, pero hay uno que los trasciende todos: el misterio mismo de Dios, ante el cual, uno so se pone de rodillas y se abre a lo inexplicable; o se ensoberbece creyendo que se puede controlar a Dios mismo.

Ahora, los porqué históricos y humanos se van purificando. Creo que las motivaciones con las que entré no son las de ahora. Si lo fueran, me hubiera quedado como aquel niño del que habla S. Pablo: «cuando erais niños, hablabais como niños, comíais como niños y pensabais como niños«. Más bien, en ese punto de mi formación, puedo decir que los últimos seis años que llevo formándome como agustino me ha ido enseñando muchas cosas: el peso del amor, de la entrega, del sacrificio, de la confianza, de la comunidad, del dolor, del perdón, de la misma salvación.

Solo así he podido comprender que esta vida es para compartirla sin mayores obstáculos y reparos. Humanamente así se entiende mi vocación. En mirar el mundo, con sus luces y sus sombras, con sus alegrías y nostalgias, con sus riquezas y pobrezas, y sencíllamente tratar de ser una gota en ese mar inmenso que significa la «vida». Mi vocación apunta hacia una apertura dialogante que transmite vida, que aporta palabras constructivas, que trata de ser símbolo de esperanza y puntero que muestra un nuevo camino. Sí, puede ser que Dios esté en silencio: pero es un ruidoso silencio que impacta al que es capaz de encontrarlo en el susurro de la tenue brisa un domingo por la tarde. Sí, hay demasiada devastación y agotamiento, pero mi vida quiere ser remanso de paz y oásis en medio del desierto. Sí, hay grupos marginados, pobreza en cada esquina, y hambre hasta en las mejores familias, pero mi vida quiere ser compartir la mesa con el humilde escuchando su dolor, con el rico que busca satisfacer sus necesidades de trascendencia a costa del consumismo, con el que solo quiere hablar con alguien y con el desdichado que no encuentra consuelo. Sí, cuando un niño nace es una esperanza más que sustenta mi vocación: porque aún hay una posibilidad de romper con las barreras que impone una muerte injusta y destructiva para señalar la realidad de una vida mejor, donde el Amor sea la clave y donde la esperanza se sustente en una persona que no deja a nadie sin respuesta: ese no se quien que habita en el cielo.