El mundo es tan plural, tan grande, tan impresionante. Después de todo, contrario a lo que usualmente se piensa de los religiosos, de los sacerdotes y de las religiosas, sabemos cómo está la sociedad, compartimos muchas alegrías y tantos sufrimientos, respiramos el mismo aire de la miseria y luchamos por construir un mundo mejor. Por ello, me fascina escuchar los relatos, las posibilidades, los sueños y las esperanzas de las personas que me rodean, no solo en mi comunidad, sino también de aquellas que están en el metro, en las calles conversando por el movil, sentadas en las plazas compartiendo un cafe o un emparedado de a saber que ingredientes. Se respiran aires de vida, de alegría, de entrega, de fe, de esperanza y hasta de amor.

 

Pero en medio de todo ello ¿qué significa Dios? Es una pregunta que gira en mi mente continuamente. Es una figura de tantos nombres, sometida a tantas ilustraciones, ampliada por tantos predicadores, desdibujada por soñadores y fundamentalistas, replanteada por pensadores y creyentes, vivida por los que tienen fe y hasta por aquellos que se hacen llamar agnósticos. Pero en definitiva, ¿quién es? Por que no es un «qué» o una «cosa» que podemos manejar a nuestro capricho y según nuestro momento. Es alguien que camina a nuestro lado, calibra la mirada, nos humaniza a la vez que nos diviniza. Nos diviniza señalándonos al pobre miserable que tenemos al lado: solo así podremos ser más humanos, cuando a la luz de Aquel, nuestra mirada cambia hacia aquel que no tiene como sonreír.

La respuesta, aún la busco y sé que no la podré encontrar «aquí y ahora». Tan solo es vivible y experimentable. Rompe con nuestros modelos de complacencia y dominio. Quebranta las ansias de poder y de control. Va más allá de cualquier plan que hagamos para solucionar el hambre de África o del barrio que se va construyendo en los cercos de las grandes ciudades en las que nos ubicamos. Es una Palabra, pero va más allá que ella. Es amor, pero no al modo en que lo comprendemos, porque no exige nada, tan solo se da. Es esperanza, pero no proporciona el consuelo instantáneo que puede aportar un trago, un cigarrillo y hasta una noche de pasión. Es confianza, pero de esas que no se pierden nunca dado que nunca falla aunque el mal a veces empañe su obrar silencioso y permanente. Dios y el mundo, el mundo y Dios: ¿qué sentido tendría borrarlo de nuestra mirada? o ¿querer pretender que no hay algo que nos sobrepasa? o ¿querer vivir anclado a un amor que se marchita, una fidelidad que a veces no madura y una espera que a veces no encuentra satisfacción plena?

Tan solo me pregunto: ¿cual es el problema de Dios? Creo que el hombre en cuanto que no le da la gana de sentarse y vivir esa dulce sensación del calor del sol acariciendo la cara. Y ¿cual es el problema del Hombre? Dios mismo en cuanto que le muestra un nuevo horizonte donde confrontar sus amores. Problema que solo hallará solución cuando comprendamos que el Amor rompe todas las fronteras de nuestro control.