En esto de Dios y la relación que llevamos con Él se dan toda una serie de elementos interesantes. El más claro, obnubilante y chocante es el del silencio. Ante esta realidad es imposible no sentir algo de consternación en cuanto nos introducimos en su dinámica. Consternante por diversos motivos:

Primero, porque requiere calmarse, lo cual se soluciona hoy en día de una manera sencilla con todas las técnicas de relajación que hemos heredado de diversas corrientes y movimientos espirituales. Respirar profundo, contar hasta diez, dejar que el cuerpo libere sus tensiones, hacerse consciente de los dolores, etc. Lo que tu quieras.

Segundo, es abrirse a la experiencia de lo inaprehensible, lo cual se explica con el siguiente ejemplo: una vez que pasan las oraciones básicas (El Padrenuestro, el Avemaría, el gloria, etc.), te quedas allí, contigo mismo y con la presencia de Aquel con quien te quieres encontrar, del cual esperas una señal providencial desde lo alto, y si fuera posible, hasta un mensaje en el celular. Es un “estarse” misterioso que requiere tiempo, mucha tranquilidad y paciencia. No hay gritos, no hay voces exclamativas, ni siquiera hay preguntas que brotan del aire. Lo que si abunda es un mar de pensamientos, de imaginaciones y hasta de recetas de comida. Todo lo que uno se podría imaginar pasa durante esos instantes en que te encuentras solamente acompañado.

Tercero, una vez que se pasa esta prueba del silencio ensordecedor por lo ruidoso que Dios habla, hace falta la constancia. Es decir, es muy fácil pasar por esa experiencia una, dos y hasta tres veces. Pero, ¿cuando es todos los días? ¿Cuando todos los días te ves confrontado con un espacio vacíamente lleno?¿cuando el subconsciente comienza a hacer la jugada y las ganas de salir corriendo se incrementan? ¿Cuando la sensación de que se está perdiendo el tiempo se hace parte de la propia vivencia? Allí es donde hace falta esa paciencia trascendente y constante. De todas maneras, no escucharás una voz, ni recibirás una email, pero estás allí.

Cuarto, y esto es importante, no solo es buscar consuelos, alegrías y gustos en esto de la oración realizada en el silencio. Lo verdaderamente clave es la “sensación” de estar con “Alguien”. Creo que en una primera etapa, para los que han estado enamorados, se trata de acudir a una cita con quien amas, con quien te gusta, con quien roba tu corazón. Haces todo lo posible por llegar a tiempo, por estar allí, por prestar atención. Y aunque a veces no encuentres ni pies ni cabeza a lo que te cuenta la otra persona, o a veces te moleste que solo hable de sí, o a veces quisieras decirle cuanto la quieres y no sabes cómo, sencillamente estás con ella. Es la dimensión del encuentro. Tremendo…

Quinto, y regresamos al inicio: vas a una iglesia, te sientas en uno de los bancos y estás allí. ¿Qué duro es el silencio en esta época de tanto ruido, de tantos ipods, y androids? ¿Qué duro es escuchar la voz callada de alguien que calla hablando por amor? ¿Qué duro es continuar asistiendo a un encuentro donde las respuestas son inexistentes y más bien lo que existe es un “estar-con”? Sin embargo, el silencio es así: un misterio alocado de amor.