Hoy, para mí, ha sido uno de esos días que se pueden catalogar como extraños en cuanto que rompen con todos los planes y con toda la rutina que uno tenía en mente. Además, toda la serie de acontecimientos, desde el mismo instante en que me he levantado hasta ahora en que escribo estas lineas, lo confirman.

Primero, luego de mucho tiempo, me he quedado dormido. La alarma del celular no sonó y lo único que pudo levantarme fue el cantar de los pájaros fuera de mi habitación así como la cierta iluminación ambiental. No sabía ni que hacer: si ir a correr, hacer un trabajo pendiente, seguir durmiendo, etc. Al final, me decanté por la segunda opción, aunque tampoco es que me dio mucho tiempo para ello.

Segundo, en la meditación, el pensamiento que discurría por mi mente era como hacer un enfoque de la castidad en un plano más positivo, no como una mera renuncia a un encuentro hermoso sino como una opción por algo que llena el corazón. Vamos, hacia tiempo que no pensaba en ello y lo cierto es que vivía mi ser casto con la mayor calma y tranquilidad del mundo.

Tercero, la Eucaristía de hoy fue una loa a lo espontáneo. El fraile que celebró hizo una homilía hasta con ritmo de «rock & roll» y por si fuera poco, hubo partes de la misa que sencillamente se las inventó. Nuestra cara de asombro no podía ser otra que la de aquel que se queda consternado ante tal suceso.

Cuarto, en el desayuno, en medio del  delicioso disfrute de mi «corn flakes» me dan una noticia que de plano trastoca todos mis planes para el día.  A suspender un viaje que tenía planeado, de mucha importancia para mí y para otro hermano que me iba a acompañar. Creo que pude terminar de comerme esos copos de maíz porque el estómago no se me cierra ante el estrés, si no, a saber que hubiera pasado con ese plato. Además, como que he ido desarrollando la paciencia y la respiración profunda tipo «ying-yang» con lo cual, todo quedó en un momento agriamente salvaje.

Quinto, pues que me voy hacer unas compras, y cuando estoy pidiendo unos camarones para una fiesta que tenemos mañana para el fin de curso, se me cruza un pensamiento y en lugar de solicitar medio kilo lo que pido es medio ….(me ahorro la expresión). No podía parar de reírme con la chica de la sección de mariscos. Simplemente inverosímil y eso que lo cierto es que no estaba pensando más que en la nimiedad del desayuno. Son como esos bloopers que delatan la propia sombra de la vida…

Sexto, en la tarde, luego de organizarme una deliciosa tanda de ejercicios, todo lo tuve que desmontar. Recibimos una muy grata visita de despedida y lo cierto es que antes de salir corriendo no hay mejor cosa que una buena compañía, con lo cual, lo dicho, allí quedó toda planificación: en meros esquemas y nada de realidad.

En definitiva, no me deja de sorprender, después de todo este día, en que incluso la ducha la he tenido que dejar para lo último, como todo deja de tener un sentido absoluto. Es decir, siempre hay una posibilidad de que se rompa la estructura de una rutina, los planes de todo un día, el deseo de hasta un te. Claro que hay cosas inalterables, pero lo cierto es que aprendiendo a vivir así, abierto a la sorpresa, cómo hoy, le ha dado a mi existencia un talante diferente: una experiencia de sanación. Lo más gracioso es que ya me lo decía en la mañana, cuando caí en la cuenta de la tardanza: «hoy va a ser un día extraño». No puedo creer que se haya cumplido de modo tan concreto y tan fantástico.