Estos tiempos que corren no son tan favorables para la Iglesia católica. Se suele decir que está bajo un continuo ataque de parte de amplios sectores de la sociedad. Por un lado, por parte de los no creyentes, los agnósticos, los miembros de otras religiones, la sociedad secular en sí. Por otro lado, por parte de grupos de cristianos no católicos, por miembros de la misma Iglesia, tanto practicantes como alejados, y por aquellos que desean acoger la fe pero no encuentran una estructura donde vivirla. Es decir, da la impresión de que el descontento que se vive tanto dentro de la Institución como fuera de esta fuese una realidad asfixiante y destructiva por lo más que desesperante. Sin embargo, creo que como con los demás puntos abordados, habría que cambiar la perspectiva con la que se asumen las críticas, con el modo en que se dan respuestas y con mensaje que damos al exterior.

¿Ataques? Cuando a uno lo atacan la postura más lógica es la defensiva. Al menos esa es la primera actitud que asumía yo cuando sentía que se arremetía contra mi integridad y mi honestidad. Era una manera de salvaguardar mi dignidad y mi libertad. Una postura que me llevaba a cerrarme en mí mismo, en mis pensamientos y mis conceptos. La escucha acababa y el dialogo encontraba su fin irremediablemente.

Ahora bien, cuando comprendí que el planteamiento del otro, en un plano dialogante y cercano así cómo en una dinámica constructiva e interpelante, lo que buscaba era confrontarme con mi realidad, mostrarme mi sombra (aquello que ni siquiera yo conozco de mí), y proponerme un camino de crecimiento; sencíllamente todo cambió: dejé de defenderme (¿de qué?) y me dispuse a conocerme con mis fortalezas y mis debilidades. Las fortalezas me han servido para llevar adelante mi proyecto de configuración con Cristo y mis debilidades me han ayudado a reconocerme necesitado de ayuda, de motivación y hasta de reconciliación.

Por lo tanto, lo mismo podría extrapolarse a la Iglesia. Esta, salvo en algunos sectores, se presenta abierta a una confrontación con el mundo estando ella en el mundo y siendo ella misma conformada por hombres llenos de luces y sombras.

ImageLos ataques ciertamente existen: de aquellos que quisieran verla desaparecer y quisieran que callara su voz profética y dignificante. Provienen de los que buscan mantener un «status quo» acomodado a sus intereses y necesidades, a sus aspiraciones y deseos mundanos. Proviene de un mundo pecaminoso (entendido el pecado cómo encierro en sí mismo de modo egoísmo). Claro, hay ataques. La pregunta es: ¿a qué o a quien se ataca? Se ataca al hombre que conforma a la Iglesia, con sus gracias y pecados.

La Iglesia en cuanto tal, en cuanto Pueblo de Dios elegido y salvado por Cristo, se siente interpelada en esos mismos hombres (los hombres viven el ataque, Cristo tan solo el señalamiento): eso es lo que le permite sentarse en una mesa de dialogo afable, en la cual cada cual de los participantes presenta sus puntos de vista y sus opciones de vida; cada cual aporta algo para el desarrollo de un mundo mejor. Este es un cambio de perspectiva fundamental una vez hemos trasladado el punto de mira del ataque al encuentro.

Por lo tanto, más que un Templo sometido a las veleidades del tiempo o a las limitaciones de los materiales con que ha sido edificado.Máxime cuando este es el tópico común con el que se asocia a la Iglesia sino preguntenle al niño de catequesis: ¿qué es la Iglesia? El templo de mi barriada.

Más que la jerarquía a la cual le atribuímos todo en la edificación  eclesial, toda la responsabilidad por lo que sucede en la Iglesia de cara al mundo.Máxime cuando se suele decir también que el cura de la parroquia, los religiosos del colegio, Imageel obispo de la ciudad y la monja en el campo son la Iglesia.

Más que el pecador que reincide en su falta y en su error, que muchas veces cuestiona la supuesta «solución de Dios» en la vida de cada cual o pone entre signos de interrogación la acción de la «gracia» en el corazón del hombre. Más que el santo cómo sujeto de devoción popular y hasta divinización por algunos en exceso piadosos, oo cómo sujeto de crítica por aquellos que están en desacuerdo con su canonizacion o con su supuesta mediación ante Cristo.

Más que tantas cosas…

ImageLa Iglesia somos tú, yo, «nosotros». La Iglesia es un simbolo que nos remite a una realidad que la abarca, la contiene pero va más allá: Dios mismo. La Iglesia es una comunidad de hombres, finitos y limitados, pero en tensión a la santificación. La Iglesia es el cura, la monja, el obispo y el religioso, pero también es la abuela que reza el rosario en la novena de la medalla milagrosa, el pobre que va nuestras puertas a pedir dinero o a implorar gestualmente por un «estate conmigo un momento», es aquel que sufre al perder el corazón tras una decisión, o aquel que ríe cuando encuentra la «perla preciosa». La Iglesia somos tu y yo, es mi madre y mi padre, es el que viene generacionalmente tras de mí, es el magisterio que me propone un camino, es la tradición que me enseña un camino hacia la felicidad, es un cauce de salvación…Es una luz en mi camino. es aquella, donde por la fe, hace presente a Cristo especialmente en la Eucaristía.