Tras la emoción del título obtenido y la sensación de descanso luego de una extensa temporada de formación he llegado a pensar que todo va a ser diferente e idealmente que el mundo de alguna manera va a girar de forma distinta. Esa mi sensación de «recién graduado». Sin embargo, me he dado cuenta, a la mañana siguiente de toda esta tropelía emocional que el día sigue teniendo 24 horas, que prendes la televisión y te venden los más miserables miedos al precio de costo, que la oración a veces se hace larga, que el mundo sigue su marcha.

Al día siguiente de esta mañana de caída realista también caí en la cuenta de que la verdadera graduación para mí se dará cuando salga de la pequeña gran burbuja de mi casa de formación como religioso para vivir con toda la intensidad del caso la misma vida en una determinada comunidad, con unas personas que me superan sesenta años, con una responsabilidad aún mayor de la que tengo ahora (de la cual curiosamente a veces me jacto mentalmente, con toda la ilusión del que sabe que aún le quedan muchas gratificaciones por experimentar aunadas a los golpes que también supone el caminar día a día.

Es decir, tras todo lo vivido y experimentado en estos últimos cuatro años, y más en concreto, en estos 12 meses que han pasado, a penas es que va a comenzar lo que supone ser religioso. El hecho de tenerlo todo resuelto poco a poco irá dado paso a la necesidad de realizar lo mejor que pueda mi trabajo. Las posibilidades más cerradas de un horario darán paso a la necesidad de organizarme mi vida en torno a un horario en común mucho más flexible. La incapacidad en momentos de dar respuesta por algunos comportamientos cederán ante la necesidad de decir «yo soy, yo fui, yo lo hice«: la responsabilidad de un hombre adulto. Es decir, tras de todo este tiempo aquí, tan solo me queda ser capaz de vivir a fondo la verdadera adultez para la cual me he ido formando a punta de pasos hacia delante y errores cometidos.  No se espera de mí un adulto joven de 25 años movedizo y a veces poco comprometido, sino a una persona disponible y capaz de dar el ciento por ciento y mucho más sin perder la alegría, la energía y la simpatía de una juventud a la cual le queda mucho vivir.

Lo mejor es que este esperar no parte de mi entorno sino de mí mismo. Después de todo, quien se ha formado he sido yo, nadie más por mí. El saberme confiado en ello, más aún, el poner mis fuerzas no en mí sino en Él, me da una única certeza y convicción. : «seré lo que me he formado para ser, y haré exáctamente lo que tenga que hacer«. Con lo cual, tras el «¿ahora qué?» solo queda decir, «ahora a continuar«.