En estos tiempos que corren en los que se busca definir identidades creo que para nosotros, los que hemos optado por una vida de consagración plena a Dios, nos hace falta mirar más al mundo que nos rodea para poder así descubrir aquello que le da sentido a nuestra vida: el rostro de Dios que se hace presente y se muestra llamativamente en cada persona que se encuentra a nuestro lado; la llamada continua que nos dice «ven y sígueme» hablando de amor a tus hermanos.

No, no somos héroes o heroínas. No somos super hombres o super mujeres. En nuestro curriculum no tenemos muchos méritos que demostrar aunque hagamos gala de lo que hemos hecho. Nuestros títulos universitarios, religiosos o civiles, en definitiva no nos sirven de mucho aunque con ellos queramos ganar acceso a tantas prebendas. Nuestra ostentación de poder en demasiadas ocasiones hace de contrapeso al mensaje que queremos transmitir aunque creamos que sirve de mucho para manejar a pocos. Nuestros bienes materiales, mal utilizados, pueden llegar a ser anti-testimonio para quienes nos ven aunque nos amarremos a ellos como si el mundo se fuera a acabar. Mucho de lo que a veces la sociedad tiinta de valioso a nosotros no nos aporta nada aunque nosotros creamos que sí. Todo esto porque somos seres humanos.

Pienso que precisamente reconocer esa humanidad tan radical y esencial de nuestras vidas es el primer paso. A partir de allí todo lo demás.

  • Así podremos acompañar a quien sufre y no encuentra respuesta (porque cuando cuestionamos a Dios y el silencio adquiere toda su radicalismo);
  • Así podremos ofrecer consuelo cuando todo parece venirse abajo (porque cuando no hay palabras que valgan tan solo queremos que alguien esté a nuestro lado);
  • Así podremos ofrecer una ayuda a quien la necesita (porque nos hemos sentido desvalidos y hemos necesitado apoyo);
  • Así podremos escuchar y mirar a los ojos a quien nos cuenta sus miserias (porque hemos vivido esa experiencia con un amigo que ha estado acompañándonos).

Sí, somos seres humanos y precisamente esa humanidad es la que nos lleva a decir: «Sí Señor, quiero seguirte, tu sabes que te quiero, tu sabes que cada día fallaré en algo». 

Sí, somos seres de carne y hueso, que sufrimos, nos podemos ansiosos, nos comemos las uñas, queremos salir corriendo, tenemos miedo, sentimos alegría, aprendemos a amar, aprendemos a perdonar, aprender a caminar. En definitiva, aprender a vivir con intensidad nuestra humanidad.