No me refiero a Dios ni mucho menos, aunque ciertamente va incluido en todo el post. La verdad es que llevo pensando varios días sobre una multitud de temas, pero todo caen en lo mismo: por más hitos y celebraciones que queramos hacer de momentos puntuales en nuestra vida, lo cierto es que el tiempo continúa su marcha, los momentos y acontecimientos siguen sucediendo y los distintos encuentros interpersonales continúan marcando nuestra jornada.

Ahora bien, hay una diferencia fundamental entre el vivir, por una parte, llevado por una inercia indiscriminada o por otra, consciente del presente en el que nos encontramos: la trascendencia. Es decir, por más que huyamos, evitemos o eliminemos esta idea de apertura a la trascendentalidad, siempre reaparece hasta en lo más profundo de nuestra inmanencia.

Dicho de otra forma más plausible: si fuéramos conscientes de que lo que somos, pensamos y hacemos, así como aquello que dejamos de ser, pensar o hacer; más aún, de cada abrazo, te quiero, te extraño; cada buenos días, de cada vez que deseamos a alguien que tenga un fenomenal día, gracias por tu presencia, por lo que haces conmigo; de cada vez que obviamos una sonrisa, una palmada, un espaldarazo. Si realmente conociéramos todo el valor de los pequeños detalles, por más insignificantes que sean. Si no dejásemos pasar cada momento para decir: “sufro contigo”, “yo también soy limitado”, “estoy contigo en tu dolor aunque no lo comprendo”.

Es decir, si fuésemos realmente humanos y no meros robots llevados por la programación esquematizada y estructurada de cada día. Si realmente profundizásemos en que todo, absolutamente todo lo que nos constituye tiene una implicación para uno mismo, para quienes nos rodean, para la sociedad y cultura en la que nos encontramos inmersos, para el mundo que nos enmarca e incluso, para el universo mismo. Si fuera todo eso, estoy plenamente seguro que “TODO” sería diferente.

El problema es precisamente ese, vivir como si todo se redujera al pequeño ámbito de nuestro ser, del cuadro de la habitación, de los límites de nuestra casa. Vivimos como si todo terminara en los límites de nuestra imaginación o de nuestros pensamientos. Reflexionamos en función de nuestros pareceres y de las consecuencias más inmediatas que pueden darse. Pero todo va más allá: todo está conectado, todo nos vincula a fondo, y lo que hoy pensamos no tiene importancia, mañana la adquiere a plenitud. La alegría que causa una sonrisa a un desconocido es capaz de salvar una vida incluso en China; y la virulencia con la que a veces nos manifestamos es capaz de causar una guerra en Indochina. Todo tiene una implicación trascendental, todo llega al mismo seno de Dios. Al final, Él, ante la felicidad comparte nuestra alegría; y ante nuestro dolor, nos fortalece para que venzamos al mal a punta de amor. Todo tiene trascendencia: ¿estás dispuest@ a vivirla hoy?