Ir al parque de atracciones con un grupo de chicos y chicas de 4ºESO no me ha dejado de la misma manera. Después de todo, me ha ayudado a comprender cosas importantes para mi vida. Una de ellas es que la fe es como la experiencia de  la «Lanzadera». Parece una comparación espuria pero puede que sea legítima.

Estás en la fila. Empujado por otros que ya han vivido aquello tomas una determinación de experimentarlo. Una cierta duda se cierne en tus pensamientos, el miedo a lo desconocido, la adrenalina que se libera: todo forma parte de esos momentos previos a la aventura de lanzarte al vacío. Otros también te acompañan, algunos te infunden ánimo, otros hacen que temas mucho más. Se conjugan toda una serie de elementos variopintos que hacen que todo adquiere un sentido más emocionante.

Llega tu turno. Aún lo dudas, estás a tiempo de echar para atrás. Sin embargo, sea la inercia de los demás, sea un impulso de la propia valentía y del coraje, sea que no hay más remedio que intentar, todo te empuja al asiento. Una barra te asegura; un resquicio de seguridad ante lo desconocido. Los que se sientan al lado son acompañantes ruidosos y emocionantes de lo que vas a emprender. No hay vuelta atrás.

La maquinaria comienza a funcionar. Mecánicamente estás siendo guiado a lo que desconoces, de lo que solo has oídos experiencias y relatos. Sí, sabes que es emocionante, pero no puedes imaginar cómo será aquello. Miras con detenimiento las vistas que se te ofrecen desde lo alto.Es hermoso el paisaje, no lo dudas; lo mismo en que no dudas en gritar en compañía de los que te acompañan. ¡Indescriptible!

Llegas al punto álgido. Todo se detiene. Estás a un paso de ser conducido al abismo. La adrenalina se acumula, los gritos dejas sus marcas en tu garganta. Al final, ninguno de los que está abajo te escucha. Podría decirse que eres tú contra las sensaciones que se acumulan en tu interior. Segundos eternos que parece que nunca acabarán. Solo tienes dos certezas: la seguridad que se encuentra en tu asiento y el hecho de que hay gente abajo que te está esperando.

Liberación. Silencio. No hay otro palabra que lo logre expresas. Tus gritos se cortan. Segundos de caída al abismo. Emoción. Adrenalina. Corte de respiración. No hay nada más: tan solo la caída y el silencio ya que ni siquiera tienes tiempo para pensar en lo que va a pasar.

Llegas abajo. Todos esperan ver tu rostro de susto, de impresión, de estremecimiento. Así es. Tú lo único que logras esbozar es una sonrisa. Te ha gustado y sabes que lo volverías a intentar. Eso se expresa en esa invitación a los que aún no lo han hecho. ¡Es necesario vivir esa experiencia!. Transmites lo que has vivido porque te ha encantado, porque algo te impulsa a ello. Lo mejor es que sabes que alguien te escucha, que habrá quien lo intente y habrá quien por miedo no lo haga. Están en su libertad. A pesar del miedo, de los reparos interpuestos, a ti te ha encantado.

Así es la fe. Alguien te impulsa a aventurarte en ese camino por descubrir. Sin embargo, cuanto más te adentras en el bosque de la Fe, y de la vida misma, más te das cuenta que te va gustando. Ahora bien, llega un punto donde se te pide el todo por el todo: ¿crees o no? Tú te lanzas a ello. No hay nada que perder, no hay nada que temer. Tienes dos certezas: tu Dios amoroso está contigo y nunca te dejará solo; hay otros que viven contigo esa experiencia, otros que te esperan, otros que quieren escucharte. Al final, ¡Tienes que compartirlo!

¿TE ATREVES?