He vivido una Eucaristía que ha llamado tanto mi atención. Fue una misa de acción de gracias a Dios por la existencia de «un campamento eterno» en el cual no hay mosquitos, en el que todo es felicidad, y todo es esa profunda alegría que se vive al estar con quien quieres. Es allí, en esas celebraciones, cuando me doy cuenta de la importancia de la esperanza como puerta de acceso a una realidad que desvela una posibilidad. La posibilidad de que la muerte no tenga la última palabra.

Si, he salido enriquecido y algo de todo lo que viví en esa hora y poco más me hizo pensar en el poder de las palabras, en la capacidad que tiene el amor, en la fuerza que supone decir: «estoy contigo». Sí, he comprendido que se trata de estar (y ser) en lugar de consumir, de vivir en lugar de gastar experiencias, de ir más allá de toda muerte y de todo pesimismo en vez de quedarnos en el dolor de la pérdida.

Sí, claro que habrá sufrimiento cuando «ese alguien» se va, pero las lágrimas no pueden opacar esa mirada al brillo de las estrellas, a la ilusión de un niño, a la sonrisa de un amigo. Porque creemos que hay un más allá que ya ha comenzado acá; porque creemos que hay una posibilidad, la cual ya se hace real ahora. Cuanto he aprendido; cuan enriquecedor ha sido encontrar un «campamento eterno»