Me permito un último atrevimiento en esta serie de riesgos. Me lo doy con lo más comprometedor para el ser humano: la presencia del mal. Frente a ella, ¿qué estás dispuesto a hacer? Yo propongo un último desafío: plantarle cara y empezar una lucha que ha de durar toda la vida. Una batalla en la cual tendrás que apostarlo todo al ganador: a ti mismo, y en ti, a aquel que te impulsa a ir más allá de tu limitación constitutiva y de los defectos premonitorios de tu libertad. Se trata de un enfrentamiento en el cual la muerte se hace presente necesariamente dado que has de sufrir el desgarro de ver tus fuerzas vencidas, tu fortaleza debilitada, tu alegría sesgada y tu vida a veces zarandeada. Has de experimentar el dolor de tener que cruzar impotentemente los brazos ante el dolor que has generado, las victimas que has causado, los perdones que nunca pudiste expresar, las palabras que se perdieron en el tiempo y en susurro del viento. Has de angustiarte por la tristeza que supone el ver gente partir, decepcionar a personas por distintas razones, e incluso, decepcionarte a ti mismo por cometer los mismos errores una y otra vez. Es una guerra a muerte, y la muerte es necesaria para vivir, para resucitar en plenitud. Porque el mal pondrá todas sus fuerzas en prevalecer, en anclarte en el sistema del cual participas consciente o inconscientemente, aunque ello suponga sacrificarte a ti mismo para mantener el statu quo del dolor, el sufrimiento y la depravación, del miedo y del temor a hacer lo que como hombres saber hacer mejor: AMAR.

¿Estás dispuesto a ponerlo todo de tu parte sabiendo que no estás solo, que alguien te acompaña? Los resultados son imprevisibles, aunque lo cierto es que “donde abundo el pecado sobreabundo la gracia” Y cual es el pecado, creernos omnipotentes y habilitados para pasar por encima de los otros (y si lo vemos así, de Dios mismo).

 

Con lo cual, la primera disposición es a la aceptación de nuestra limitación, de lo que nos hace vulnerables, de las debilidades, de los sufrimientos, de los no puedo, de los “·te lo dejo a ti”, del “te quiero” que supone abrir nuestro corazón.

 

La segunda disposición es buscar en nosotros aquello que rechazamos, aquello que no queremos que se sepa, lo que nos presiona el alma y nos desbarata el corazón: nuestra nobleza o nuestra pobreza; nuestras ansias de sobresalir y nuestro temor a mirarnos ante el espejo. Y una vez que lo encuentres: acéptalo e invítalo a la mesa de tu vida, a la mesa de tu presente: no hay otra opción (aunque queramos que las haya).

 

La tercera es la experiencia de la misericordia. Pide perdón al viento cuando sabes que no hay posibilidad que te oigan, pide clemencia a aquellos a los que has herido, manipulado y utilizado para tus fines (puede que nunca los vuelvas a ver, pero no importante, experimenta la gracia de sentirte perdonado). Reconoce tu error y aprende de ello. Cámbiale el rostro al daño que has causado: no puedes volver al pasado pero si que puedes vivir el presente con una prospectiva de futuro. No puedes responder a aquellos a los que has ofendido en muchos casos, pero si puedes ser responsable por aquellos que encontrarás, por aquellos que caminan a tu lado, por aquellos que te piden tan solo un recuerdo.

 

La cuarta, es la experiencia del amor. Acaso se puede decir algo más que esta palabra. Claro, porque no se trata de un amor que utiliza para sus fines, sino tan solo un amor que se da, que se entrega sin pedir nada a cambio, ni siquiera una respuesta de amistad. Da tu narcisismo como don, tu abuso transfórmalo en oblación, tu dolor en fortaleza para otros, tu sufrimiento en compañía y tu tristeza en soporte. No puede haber nada más que el amor, no lo puede haber.

Por último, continúa. Es algo, cómo he dicho, que ha de durar toda la vida. Toda la vida para vencer el mal, a las fuerzas que te arrastran a buscar tu propio bien olvidando el de los demás, al egoísmo que ensoberbece. Toda la vida y cada día un poco más: hoy puedes sonreir, decir buenos días, expresar un te quiero, dar un abrazo, acompañar a quien te necesita a su lado. ¿Estás dispuesto? Yo sí, hoy empiezo.