Parafraseo el evangelio de hoy.

En principio, es el planteamiento que le hace Jesús a Nicodemo cuando este le pregunta por la manera de volver a nacer del Espíritu.  Las respuesta al interrogante de Nicodemo no deja de ser enigmática en cuanto que Jesús, la mayoría de las veces, mueve a revisar la propia vida como base para el comportamiento y la relación con los demás.  En ese sentido, dice Agustín: «da de lo que tienes para recibir lo que te hace falta». Así se mueve la vida, así se debería manifestar uno mismo, desde la propia realidad sin máscaras o remilgos, sin barreras o inautenticidades. Uno es lo que es, y si se quiere, se puede cambiar algo.

El problema es que precísamente esto requiere de un gran esfuerzo: «el conócete a ti mismo» de Cicerón es el imperativo. El «amarás a los demás como a ti mismo» es el fundamento. En definitiva, una búsqueda misericordiosa de uno mismo. Búsqueda en cuanto que siempre hay algo nuevo que descubrir  tanto en positivo como en negativo: un comportamiento, una razón, un porqué, una justificación, incluso, un autoengaño narcisista.  Misericordiosa porque la verdad es que siempre hay una veta de bondad en medio de toda la abyección, al menos es lo me dice la fe: «ser creados a imagen y semejanza de Dios». La misericordia de quien se sabe amado por un AMOR que rompe todas las barreras de espacio y tiempo.

Solo así, solo descubriendo el bien y el perdón que rigen la vida. Solo descubriendo las fortalezas y las sombras. Solo amándose a fondo y dándose un abrazo a uno mismo. Solo así es que se podrá hacer algo en el mundo. Solo así se podrá transformar la realidad: desde uno mismo hacia los demás. El orden inverso: de afuera hacia adentro, de los aplausos heterógenos a una búsqueda de felicidad personal; llevará por caminos diversos, pero alejados de la «autenticidad» dado que genera complacencias y aprobación (el famoso: «¿qué dirán?). Por tanto, volvámos al interior, en el fondo del corazón habita Dios, habita el Amor.