Los fines de semana siempre me sirven para comprender y repensar la vida misma. Son días de espacio especialmente dedicado a sentir y experimentar la calma de un buen desayuno, de una charla más pausada, de un comentario más ligero. Además, como hay tiempo para todo, también son días idóneos para reflexionar sobre donde he estado, donde estoy y hacia donde quiero ir (adonde estoy yendo). En fin, que me permito transcribir una pequeña reflexión que le hice a una amiga, la cual, ciertamente toca mi vida y para mí supone un reto continuo:

Tantas veces se ve uno preso de los pensamientos, de las cavilaciones, de los decires y diretes, de las obras y del incesante movimiento: como si fuera una obligación estar siempre activos. Sin embargo, a veces la mejor práctica más bien sería la de quedarse quietos y sencillamente no hacer nada, como si fuera tan solo sentir el sol acariciar tus mejillas en una mañana; o experimentar el duro golpear de las gotas de lluvia sobre tu cuerpo una tarde lluviosa de verano.

Sin embargo, esa calma y ese silencio que comenzamos a experimentar en la soledad es algo que nos confrontar con las preguntas más profundas de la vida: ¿quién soy? ¿donde estoy?: es decir, los distintos “¿por qué?” comienzan a emerger de manera acelerada y muchas veces hiriente en cuanto a que no tenemos las respuestas más adecuadas para los mismos. Sin embargo, conforme toda esa turbación vaya pasando asomará algo hermoso: el ser uno mismo, rompiendo con las máscaras que nos hemos puesto para agradar a otros, para hacerles felices, para que nos quieran, no como hemos sido auténticamente, sino más bien, como nos han querido hacer. Ahora bien, de lo único que no trata esto es de un echar para atrás en el tiempo: eso es imposible.

De lo que se trata en el fondo es que la vida se vive hoy, no un pasado que ya se fue o un mañana que saber si vendrá. Es hoy. Hoy Dios está contigo, hoy te impulsa a caminar, hoy te tiende la mano, hoy te transforma, hoy puedes decir te quiero y solo hoy puedes decirle a tu mamá te amo.

El pasado, allá está bien: te sirve de referencia solamente y dado que es tuyo, quiérelo como tal: solo es tu historia, que tu puedes contar. De verdad que quiérela así, sin más. El futuro, pues bien, llegará, pero ¿y si no? ¿Y si murieses hoy? Tranquilo. A su momento llegará el proximo minuto y sueña con ello, y aspira a dar lo mejor de manera que ese minuto sea lo máximo. La cuestión es el «hoy» de tu existencia. Se te puede ir pensando en un ayer que ya se fue y del cual aprendiste o en un mañana donde se supone que deberías ser, como….. (Ponle nombre) o según…. (Ponle nombre). Está bien, pero lo importantes eso: lo que eres hoy, el espejo que miras hoy: el decirte, es más el abrazarte a ti mismo y decirte: Si, soy “xxxx” y me quiero con todo el corazón y con todo el pensamiento.

Al final, quiérete hoy. Los demás estarán bien, pero lo importante es no tener miedo a amarte. Además, ya sabes que hay alguien que te quiere más que nadie: tu mismo y contigo Dios.