Hace unos días llevo pensando en ¿cómo enfocar mi llamada a la vida sacerdotal? Creo que la mejor manera es plantearlo por pasos, tal como han sido las reflexiones anteriores. Es una buena forma de comprender a fondo los distintos aspectos de mi vida, sobre todo, los que configuran mi corazón, mi mente y mi alma, en todo mi ser. Hago la salvedad de algo importante: esto que escriba no puede ser tan largo que rompa con la particularidad de un blog, pero tampoco tan corto que no me permita desplegar los distintos aspectos que quiero resaltar. En ese sentido, dejando eso claro, vamos a ello.

La vida es vocación: la llamada al sacerdocio es una llamada particular.

Toda persona debe descubrir aquello que precísamente le hace feliz y dedicarse a ello: sea pintor, cocinero, jardinero e incluso plomero. Solo así se alcanzará un grado de satisfacción en la vida, el cual alcanzará su plenitud en un «más allá» que ya ha comenzado en el «más acá». Sin embargo, esto se va descubriendo poco a poco en una vivencia cotidiana confrontada con la realidad personal. No se puede comprender de otra manera dado que es en el mundo y con los otros, que se van descubriendo aquellas fortalezas y debilidades que nos caracterizan; profundizamos en aquello que podemos porque estamos capacitados para ellos así como en aquello para lo cual sencíllamente no damos. Vamos, que yo para músico no daría hoy en día, ni aunque me pusiera a ensayar 24 h. diarias.

Dejando eso en firme: pues cada cual tiene una vocación determinada. En este sentido, siempre tomando como presupuesto una fe sacramental y mediada por la luz de la Iglesia, algunos son llamados para la vida matrimonial, otros para la vida religiosa, otros para la sacerdotal (solamente) y otros para la religiosa-sacerdotal. Quedémonos con estas categorías dado que podría haber otras mas que actualmente causan polémica y discusión en distintos estratos (sacerdotes casados, mujeres ordenadas, etc.). A la vez, me ceñiré a la llamada sacerdotal dado que de la vida religiosa ya he señalado algo en antiguos post.

La vida sacerdotal es una vocación. Es una llamada cuya iniciativa parte de Dios, en Jesucristo, por el Espíritu, para la Iglesia y consiguientemente, para el pueblo de Dios. A la vez, esta no se recibe como llamada de celular, SMS, email, o incluso, como una voz que viene de lo alto tal cual manifiestación gloriosa. Más bien, se expresa en la historia de la propia vida, lo cual supone un sentarse calmada y pacientemente para analizar ese proyecto de Dios que ha sido incoado en nuestra realidad.

Es una llamada que se recibe personalmente: «es a uno, Pedrito, Juanito o Carlitos» al que llamada Dios. Las preguntas que emanan son varias: ¿por qué yo?¿por qué no el otro que es más buen?¿por qué con todo lo que yo he hecho?. Al final, la razón no la sabes del todo nunca: tan solo la vives con particular acción de gracias. ¡Te han llamado a ti, con todo lo que eres, lo que has vivido, lo que has sido, y lo que has amado!.

Se vive como una especial predilección por estas cosas de Dios, aunque aburra la misa, desespere la oración o a veces los retiros parezcan lo más aburridos. Sin embargo, es un «no se qué» que impulsa a continuar buscando. Unas ansias de llenar o completar una pregunta profunda que no deja de punzar hasta que se entra en la senda que consigue a una respuesta siempre por profundizar. Es una inquietud que te mueve a «algo más» de lo que vives, de lo que crees que te llena, de los placeres que experimentas, de las fiestas en las que bebes o incluso, en las que fumas. Un siempre más que se expresa de distintas maneras y te impulsa a ir adonde a veces no quisieras ir.

La ves en alguien: en un sacerdote que suscita esa inquietud de fondo: ¿y si fuera esa mi vocación?. Pero se dialoga precísamente con este cura que te ayuda a ver a fondo si no estarás engañándote o creandote falsas ilusiones; si tienes ciertas capacidades que se requieren; si estás abierto a abrirte a una nueva forma de vivir el amor; si estás dispuesto a renunciar al consumismo exacerbado que tanto nos caracteriza; y si estás dispobible a hacerte libre determinandote a aceptar la voz de Dios mediada en alguien que te dice donde se te necesita en un momento dado.

Se agradece porque en medio de las dudas, hay una luz que te impulsa a continuar dándote a fondo, en cada momento. O te impulsa a cambiar de camino cuando sencíllamente notas que esto no es lo que buscabas. Si continúas adentro sabiendote llamado te da la satisfacción y la convicción de que has tomado el mejor camino; si sales convencido de que valió el esfuerzo discernir, te da la convicción de que harás lo mejor en el mundo al cual estás llamado a iluminar. Pero ante todo, siempre hay una accion de gracias, porque has recibido una llamada que te trasciende, te supera, y rompe tus fuerzas dándote más fuerzas para hacer lo que tienes que hacer.

La llamada a la vida sacerdotal en definitiva es una vocación a dar siempre más, a dejarse llenar por aquel que llama; a dejarse amar por aquellos en los cuales aquel que llama se media; a permitirse descubrir las maravillas de esta vocación en un dulce en el cumpleaños particular, en una palabra amiga, en una confrontación, en un verso. Es abrir a Dios, aquel que llama. Es llamada, por lo cual hace falta una respuesta: un decir–>»Hola Señor, aquí estoy, hagase en mí según tu palabra.»